miércoles, 5 de noviembre de 2008

Bello Día de Licuadoras

Aquel bello dìa de licuadoras, arrasó con todas mis expectativas...


Un arbol bajó del refugio de abejas, que en ese momento intentaba justificar todas las acciones de la Mandarina Real.  Nos platicó por algunos minutos sobre su reciente incursión en la primavera.  

Aturdidos, volvimos a pensar en la imágen que teníamos en nuestra cabeza antes de observar que el cielo pensaba en los eventos                    relacionados con el claroscuro.   

En un mar de leche y de computadoras programadas para repetir patrones alimenticios reversibles,  

        nadamos y nos dejamos llevar por el sonido de nuestras costumbres.  


Nada volvería a a la normalidad antes conocida.  

Ya no podíamos parar la franela que sonreía al 

chocolate del paisaje y a la infamia de nuestro 

subconsciente.   


Nos secamos con la orilla de nuestro papel de cuadrícula y esperamos un tiempo a que regresaran los vampiros vestidos de nuez.  


Nos sentimos como en casa, otra vez, al compartir las distancias medidas por el flujo de la electricidad.  Dulces con sabor a micrófono y suelas color trapecio.  Repetíamos entre el aire: “Nunca dejaremos que la infancia conozca las cumbres del bosque de plata. Pasaran coronas enteras y seguiremos paseando por la superficie humeante de los destinos deliberantes”.  Vaya desgracia sentirse en clave; cuanta contrariedad jugar de noche. 


Y así termina el sistema de technicolorización, destiñendo la amargura de un azul pardo.

martes, 28 de octubre de 2008

Rayas Ríen del Relleno Doméstico

El hombre cara de bolonia se hartó de que las rayas de su corbata se rieran de él.  Todos los días sufría igual; críticas despiadadas sobre su poco conocimiento de la geometría.  


Había veces que se salían de la corbata y se ponían a tenderle trampas a la gente que manejaba.  Se estiraban, segmentaban, coloreaban de blanco y se ponían sobre edificios para que los carros siguieran por ahí su camino.  Los carros escalaban y después caían en hileras.  Los conductores gritaban y cantaban canciones que el hombre cara de bolonia no conocía.   


El pegamento no había funcionado.  El pasto contemplaba la suavidad de los bordados.  Los colores se intensificaban, fermentando la consciencia y revelando la textura.


El hombre cara de bolonia sentía pena cuando la gente miraba su corbata vacía.  Lo hacía sentir especialmente incómodo cuando murmuraban.  Casi todos hablaban por medio de ondas de sonido que cruzaban con las rayas de la corbata y hacían cuadros y triangulos.  Los trapecios eran los favoritos.


Una tras otra.  Fragmentos de lo contrario de las rayas, llenaban el espacio que hacía que las rayas fueran rayas.  Pronto y pronto y pronto.  Carne transparente encima del otro tejido, permanentemente esperaban las miradas del vacío.


El hombre cara de bolonia hizo un círculo y puso ahí dentro todo lo que quería poner.  Metió su casa, su perro y su lavadero. Y así olvidó que tenía una corbata que tenía rayas que tenían risa provocada por la manera en que el hombre cara de bolonia hacía circulos.

jueves, 23 de octubre de 2008

La Tarde Mutante

Una tarde soleada de invierno recorre las venas de una fatal escultura que imita, burlesca, la pose de un gran guerrero extinto y sucedido por un niño que porta unos rojos tirantes que estira hacia adelante mientras camina jugando con un yoyo con forma de naranja caída de un árbol en la orilla de un río en la luna, la cual a su vez brinca silbando una triste canción popularizada en los años 20 por un singular personaje siniestro que tiene una voz aguardientosa provocada por un trago amargo de jugo de burbujas salvajes que se elevaban felices reflejando aquella villa habitada por hombres-conejo que saltan al oler la hierba azul que crece por dentro de la piel arrugada de una anciana chismosa que mece su silla en base a la serie matemática de Pucci-Pucci, cuyo mayor placer era escuchar los chiste escatológicos de las cortinas de su sala que lo animaban cuando los silencios eran mas largos que los senderos de hule que rodean, de forma sospechosa, los pies peludos de un gigante dormido que sueña en sirenas que coquetean descaradamente con un rabino cuya labor es pensar en excusas para no lavar los platos usados en una cena romántica a la luz de un incendio que empezó cuando el laser de una nave, construida con papel aluminio, disparó a la aldea de los hombres-conejo, los cuales asustados dejaron de saltar y ocasionaron que la hierba azul dejara de crecer y que la anciana dejara de mecer, para olvidar para siempre la serie matemática de Pucci-Pucci y nunca conocer los detalles de su vida privada que estaba llena de silencios incómodos que comenzaron en su visita a un planeta cuadrado en donde conoció a unos extraterrestres muy bien vestidos que lo invitaron a incendiar una aldea, no sin antes derretir toda la nieve acumulada durante el invierno y que ahora convertida en agua, apagará el incendio y que también convertirá una tarde soleada de invierno en una tarde soleada de verano.
 
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